Uno escribe siempre la misma canción
sobre un niño con cara de viejo
que se atreve a volar bajo el cielo marrón,
que agoniza detrás del espejo.
Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina,
cerca de la estación donde duerme un vagón
cuando el tiempo amenaza rutina.
Uno sueña siempre la misma canción,
abanico de fuego en la nieve,
cuando el sol envejece al caer el telón
y es tan tarde la vida y tan breve.
Uno empieza siempre la misma canción
con los mismos acordes gandules,
con el mismo trabajo y la misma obsesión,
con andrajos de velos de tules.
Uno inventa siempre la misma canción
del poeta borracho y su musa,
del teclado mellado del acordeón,
del pecado mortal sin excusa.
Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a la luna,
con la misma trompeta y el mismo trombón
de mariachi que estuvo en la tuna.
Uno acaba nunca la misma canción
sobre un viejo con alma de niño
que no pierde ocasión de afinar su cajón
de psicópata barbilampiño.
Joaquin Sabina
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