Extracto del artículo publicado por nortecastilla.es
Por fin. Doce años y algunos intentos más o menos acertados después, Valladolid consiguió ayer vivir una noche de rock de estadio, pero de verdad, con delirio, con física y química, con auténtica comunicación del escenario a pista y gradas y de éstas a aquél, con esa sensación rara pero reconfortante que muy pocas veces le hace a uno decirse en bajito días después, satisfecho y nostálgico: «Yo estuve allí, hice Historia».
Cercano, sencillo, generoso, entregado, humilde, trabajador, profesional, comprometido cariñoso. Un virtuoso capaz de acercarse desde el respeto a cualquier género, soul, rock sureño, power pop, rhythm and blues y salir airoso, hacerlo suyo, darle su sello. El jefe hizo un repaso a su discografía de todos los tiempos, una selección de temazos elegidos con una mezcla de la sabiduría de alguien que lleva 30 años sabiendo llegar a los gustos de mucha gente y el acierto de un artista que ha sabido evolucionar coherentemente sin dejar de inverntarse a sí mismo.
'No surrender', 'Hungry Heart', 'Outlaw Pete', canciones que están escritas con 20 y 30 años de diferencia unas de otras, eran administradas con mucha maestría (con buen sonido a partir el sexto tema) y recibidas con júbilo por más de 30.000 personas entregadas a su autor. Un público tan deseoso de participar del show, que celebró con una ovación cerrada cada escalada de los técnicos a lo alto del escenario o que incluso aplaudió con entusiasmo el planeo de una cigüeña sobre el estadio apenas 20 minutos del inicio del concierto.
Lo de ayer fue en un estadio, pero bien podría haber sido en una plaza de toros. Porque, como en los toros, sólo en el rock -pero, señores, el Rock- todo es verdad, todo es auténtico, con independencia de los watios, de las pantallas gigantes de video y del resto de artificios. Y es que Anton Corbijn puede diseñar la mejor escenografía del mundo y ponerla en manos de gente con las tablas de Depeche Mode, de U2, o de quien sea, para lograr un espectáculo audiovisual acorde al siglo XXI, pero el rock de verdad al final sale de las tripas y cuando se hace bien llega a todos. Como llegó Springsteen en sus innumerables bajadas al 'pit', a esa ayer más que nunca envidiada primera fila de público que pudo tocar al Jefe, que desde el minuto 1 buscó el calor y la complicidad del público.
Por fin. Doce años y algunos intentos más o menos acertados después, Valladolid consiguió ayer vivir una noche de rock de estadio, pero de verdad, con delirio, con física y química, con auténtica comunicación del escenario a pista y gradas y de éstas a aquél, con esa sensación rara pero reconfortante que muy pocas veces le hace a uno decirse en bajito días después, satisfecho y nostálgico: «Yo estuve allí, hice Historia».
Cercano, sencillo, generoso, entregado, humilde, trabajador, profesional, comprometido cariñoso. Un virtuoso capaz de acercarse desde el respeto a cualquier género, soul, rock sureño, power pop, rhythm and blues y salir airoso, hacerlo suyo, darle su sello. El jefe hizo un repaso a su discografía de todos los tiempos, una selección de temazos elegidos con una mezcla de la sabiduría de alguien que lleva 30 años sabiendo llegar a los gustos de mucha gente y el acierto de un artista que ha sabido evolucionar coherentemente sin dejar de inverntarse a sí mismo.
'No surrender', 'Hungry Heart', 'Outlaw Pete', canciones que están escritas con 20 y 30 años de diferencia unas de otras, eran administradas con mucha maestría (con buen sonido a partir el sexto tema) y recibidas con júbilo por más de 30.000 personas entregadas a su autor. Un público tan deseoso de participar del show, que celebró con una ovación cerrada cada escalada de los técnicos a lo alto del escenario o que incluso aplaudió con entusiasmo el planeo de una cigüeña sobre el estadio apenas 20 minutos del inicio del concierto.
Lo de ayer fue en un estadio, pero bien podría haber sido en una plaza de toros. Porque, como en los toros, sólo en el rock -pero, señores, el Rock- todo es verdad, todo es auténtico, con independencia de los watios, de las pantallas gigantes de video y del resto de artificios. Y es que Anton Corbijn puede diseñar la mejor escenografía del mundo y ponerla en manos de gente con las tablas de Depeche Mode, de U2, o de quien sea, para lograr un espectáculo audiovisual acorde al siglo XXI, pero el rock de verdad al final sale de las tripas y cuando se hace bien llega a todos. Como llegó Springsteen en sus innumerables bajadas al 'pit', a esa ayer más que nunca envidiada primera fila de público que pudo tocar al Jefe, que desde el minuto 1 buscó el calor y la complicidad del público.
Desde luego fue una noche completamente increible, a ver si para mañana os escribo mis propias impresiones sobre el conciertazo al que tuvimos la suerte de asistir. Una autentica pasada.
2 comentarios:
El concierto fue una pasada!! Bruce corrió por todo el escenario y salto como el que más sin que le temblara la voz. A mi me dejó con la boca abierta!! Y encima tocó canciones que no eran suyas y otras que no estaban preparadas. Y es que el Boss es mucho Boss!
Lauri
¡Que grande el Boss!
¡Que grande la E-Street-band!
¡Que grandes las bolas de fuego!
Y sobre todo: ¡que grande el dueto Cuñao-Stinky! Legendario!!!
Publicar un comentario