Señor, Tú eres mi Alfarero.
Has tomado mi frágil arcilla entre tus manos y con paciencia y constancia
has ido dando forma a este humilde cuenco que soy.
Pero encerraste en mí un valioso tesoro:
un Soplo de Vida, un Aliento Sagrado,
Agua que va calando mi barro seco hasta dejarlo moldeable.
Soy como soy: endeble y quebradizo, indefenso ante los golpes de la vida,
cabezota y olvidadizo, expuesto a la desilusión, al desánimo, al cansancio.
Pero en medio de mi debilidad descubro una enorme fuerza interior,
una potencia que me habita, que me permite renovarme a pesar de mis grietas. Y compruebo que estás siempre ahí, mi Alfarero,
dispuesto siempre a rehacerme de nuevo
De barro me hiciste, amasaste mi barro, me acariciaron tus manos,
me diste forma una y mil veces tu trabajo nunca termina del todo-.
¿Por qué me has hecho así? ¿Para qué me has hecho así?
¿Cuáles son, Alfarero, tus planes y proyectos
al poner tus manos sobre mi barro
y al soplarme dentro tu mismo Aliento de Vida?
¿Para qué quieres que sirva? ¿Cuál es mi sitio, mi lugar del mundo?
Tus manos van formando y despertando cada día
mi propia capacidad de dar y de servir.
Tus dedos van haciéndome el hueco
para que pueda recibir, acoger, servir.
¿Qué quieres ir haciendo de mí?
¿Qué quieres que sea?
Cuenco, cántaro, jarra, ánfora o vasija,
¡Qué más da! Recipiente de barro para ti, Señor,
que me tienes en tus manos.