“Pienso en los mundos personales y en la capacidad de disparar con mano de santo al corazón ahora que sale "Vinagre y Rosas", la nueva entrega de Joaquín. Su último disco, Alivio de luto, se editó en el 2005, hace cuatro años. Tanto tiempo de espera convierte ya esta aparición en un acontecimiento”, escribe Luis García Montero.
Así es. Cuatro años sin canciones de Joaquín Sabina son muchos años, pero el mutis termina el 17 de noviembre con la publicación de Vinagre y rosas, un álbum en el que, como dice García Montero, “Joaquín se ha abierto más que nunca, y sin embargo es también más Joaquín que nunca”. Justa definición para uno de los grandes trabajos de un artista que lleva almacenando en el disco duro de nuestra memoria un buen puñado de canciones imborrables desde que apareció su primer disco, allá en 1978. Palabras como cuerpos, una de las canciones de aquel álbum de debut, empezaba: “Recuperar de nuevo los nombres de las cosas, llamarle pan al pan, vino llamarle al vino”.
Han pasado 31 años, ha publicado 18 discos de los que ha vendido más de nueve millones de ejemplares y en eso sigue Joaquín Sabina, cuidando y puliendo las palabras. Tiene el gen, y las 14 canciones Vinagre y rosas lo confirman por decimonovena vez. Firmando al alimón con Benjamín Prado las letras de diez de ellas, una con Luis García Montero y otra con Violeta Parra (1917-1967), Joaquín Sabina vuelve a apoderarse de nuestro corazón y convertirlo en estribillo, como escribe García Montero.
Hoy, con 60 años a cuestas, Joaquín Sabina sigue desnudándose en sus canciones escéptico y utópico, real y fantástico, nunca complaciente. Como siempre, mete el dedo en la llaga y jamás sale seco. Las canciones de Joaquín son vida y tienen el callo que da la nostalgia, la decepción y la ilusión, mezcladas en proporciones diferentes en las canciones de un álbum inspirado, emocionante y despojado. En Vinagre y rosas, el pan sigue siendo pan y el vino, vino.
El álbum comienza por derecho con Tiramisú de limón. Es el primer single y una de las dos canciones del nuevo tándem Sabina-Pereza que aparecen en el disco. Un tema rotundo, con letra de Joaquín Sabina y Benjamín Prado y música de Leiva de Pereza. También hacen los coros, junto a Guti, Joan Manuel Serrat, Antonio Gª de Diego y Pancho Varona.
Para continuar dejando las cosas claras, una autobiografía a calzón quitado: Viudita de Clicquot. Con el equipo músico habitual (Antonio Gª de Diego, Pancho Varona y José A. Romero) a su lado como en la mayoría del álbum, es un baladón rockero con ese aroma blues que también aparece en otras canciones. Puro Sabina en otra demostración de maestría en la construcción de una canción, esta vez quitándose hasta el taparrabos.
Para elevar la nostalgia llega Cristales de Bohemia. Con un acompañamiento sencillo, mínimo y ajustado, es una emotiva evocación a Praga, una canción melancólica que da paso a Parte metereológico. Rock suave de carretera, ritmo a lo J.J. Cale y un estupendo y fino trabajo de Antonio Gª de Diego a las guitarras marcan una de las canciones más rítmicamente alegres y vistosas del disco.
Después, y a ritmo de vals íntimo, suena Ay! Carmela con letra cien por cien Joaquín, dedicada a su hija y una de las canciones más emocionadas de un álbum absolutamente emocionado. Sigue Virgen de la Amargura, una de las canciones más originales del disco, abierta, imprevisible, que comienza acústica con aire a folk-rock de los 60-70 y acaba por los Beatles.
Agua pasada tiene dentro blues, tango, fado, copla y otras músicas de sentimiento para un Sabina vertical, hondo, intenso, íntimo. Siguiendo en la onda, llega Vinagre y rosas, un hallazgo en la mezcla de ranchera y blues, absolutamente original y magníficamente conseguida. Una canción que Sabina canta más chulo que un chotis para colocarla en la vitrina junto a sus grandes emblemas. Otra joya.
Embustera retoma el rock porque ahí está Pereza en su segunda colaboración del álbum. Con música de Rubén Pozo y Pereza a las guitarras, bajo y batería, tiene un aire a lo George Harrison pasado por los Rolling Stones que la convierte en otra de las canciones enérgicas de un álbum por lo general calmado. Nombres impropios contribuye a esa calma a tiempo de swing con aroma de jazz añejo, con un desarrollo sofisticado donde se ve la mano sabia de Antonio Gª de Diego y Pancho Varona, autores de la música como en la mayoría de las canciones del disco.
Menos dos alas va por rumba para rendir homenaje al poeta Ángel González (Oviedo, 1922-Madrid, 2008), mientras Crisis cambia a rock duro para situarnos en el hoy y ahora.
Y en la recta final del álbum llega Blues del alambique con música de Álvaro Martínez Maluquer, un especialista en blues que sostiene con su guitarra la intimidad de una canción que precede al bonus track que cierra del disco: Violetas para Violeta. En el libro Con buena letra que recoge la letra de todas sus canciones, Joaquín Sabina escribe: “Imitando sin conseguirlo a la inimitable Violeta Parra”. Con música de la gran cantautora chilena que Sabina convierte en un blues-rock intenso y emocionante, es el cierre de un álbum mayúsculo, variado, insurrecto, duro en el contenido, muy poco benévolo con nada ni con nadie, empezando por el propio autor. Apasionado y apasionante. Decir que Joaquín Sabina vuelve a ejercer magisterio en las letras puede ser redundante y mejor leer el texto que sigue de Luis García Montero. El hecho es que Vinagre y rosas ya está aquí para situarse entre los mejores discos de una obra capital en la música española. La que desde hace tres décadas nos viene ofreciendo Joaquín Sabina.
Publicado por VICTOR ALFARO
Así es. Cuatro años sin canciones de Joaquín Sabina son muchos años, pero el mutis termina el 17 de noviembre con la publicación de Vinagre y rosas, un álbum en el que, como dice García Montero, “Joaquín se ha abierto más que nunca, y sin embargo es también más Joaquín que nunca”. Justa definición para uno de los grandes trabajos de un artista que lleva almacenando en el disco duro de nuestra memoria un buen puñado de canciones imborrables desde que apareció su primer disco, allá en 1978. Palabras como cuerpos, una de las canciones de aquel álbum de debut, empezaba: “Recuperar de nuevo los nombres de las cosas, llamarle pan al pan, vino llamarle al vino”.
Han pasado 31 años, ha publicado 18 discos de los que ha vendido más de nueve millones de ejemplares y en eso sigue Joaquín Sabina, cuidando y puliendo las palabras. Tiene el gen, y las 14 canciones Vinagre y rosas lo confirman por decimonovena vez. Firmando al alimón con Benjamín Prado las letras de diez de ellas, una con Luis García Montero y otra con Violeta Parra (1917-1967), Joaquín Sabina vuelve a apoderarse de nuestro corazón y convertirlo en estribillo, como escribe García Montero.
Hoy, con 60 años a cuestas, Joaquín Sabina sigue desnudándose en sus canciones escéptico y utópico, real y fantástico, nunca complaciente. Como siempre, mete el dedo en la llaga y jamás sale seco. Las canciones de Joaquín son vida y tienen el callo que da la nostalgia, la decepción y la ilusión, mezcladas en proporciones diferentes en las canciones de un álbum inspirado, emocionante y despojado. En Vinagre y rosas, el pan sigue siendo pan y el vino, vino.
El álbum comienza por derecho con Tiramisú de limón. Es el primer single y una de las dos canciones del nuevo tándem Sabina-Pereza que aparecen en el disco. Un tema rotundo, con letra de Joaquín Sabina y Benjamín Prado y música de Leiva de Pereza. También hacen los coros, junto a Guti, Joan Manuel Serrat, Antonio Gª de Diego y Pancho Varona.
Para continuar dejando las cosas claras, una autobiografía a calzón quitado: Viudita de Clicquot. Con el equipo músico habitual (Antonio Gª de Diego, Pancho Varona y José A. Romero) a su lado como en la mayoría del álbum, es un baladón rockero con ese aroma blues que también aparece en otras canciones. Puro Sabina en otra demostración de maestría en la construcción de una canción, esta vez quitándose hasta el taparrabos.
Para elevar la nostalgia llega Cristales de Bohemia. Con un acompañamiento sencillo, mínimo y ajustado, es una emotiva evocación a Praga, una canción melancólica que da paso a Parte metereológico. Rock suave de carretera, ritmo a lo J.J. Cale y un estupendo y fino trabajo de Antonio Gª de Diego a las guitarras marcan una de las canciones más rítmicamente alegres y vistosas del disco.
Después, y a ritmo de vals íntimo, suena Ay! Carmela con letra cien por cien Joaquín, dedicada a su hija y una de las canciones más emocionadas de un álbum absolutamente emocionado. Sigue Virgen de la Amargura, una de las canciones más originales del disco, abierta, imprevisible, que comienza acústica con aire a folk-rock de los 60-70 y acaba por los Beatles.
Agua pasada tiene dentro blues, tango, fado, copla y otras músicas de sentimiento para un Sabina vertical, hondo, intenso, íntimo. Siguiendo en la onda, llega Vinagre y rosas, un hallazgo en la mezcla de ranchera y blues, absolutamente original y magníficamente conseguida. Una canción que Sabina canta más chulo que un chotis para colocarla en la vitrina junto a sus grandes emblemas. Otra joya.
Embustera retoma el rock porque ahí está Pereza en su segunda colaboración del álbum. Con música de Rubén Pozo y Pereza a las guitarras, bajo y batería, tiene un aire a lo George Harrison pasado por los Rolling Stones que la convierte en otra de las canciones enérgicas de un álbum por lo general calmado. Nombres impropios contribuye a esa calma a tiempo de swing con aroma de jazz añejo, con un desarrollo sofisticado donde se ve la mano sabia de Antonio Gª de Diego y Pancho Varona, autores de la música como en la mayoría de las canciones del disco.
Menos dos alas va por rumba para rendir homenaje al poeta Ángel González (Oviedo, 1922-Madrid, 2008), mientras Crisis cambia a rock duro para situarnos en el hoy y ahora.
Y en la recta final del álbum llega Blues del alambique con música de Álvaro Martínez Maluquer, un especialista en blues que sostiene con su guitarra la intimidad de una canción que precede al bonus track que cierra del disco: Violetas para Violeta. En el libro Con buena letra que recoge la letra de todas sus canciones, Joaquín Sabina escribe: “Imitando sin conseguirlo a la inimitable Violeta Parra”. Con música de la gran cantautora chilena que Sabina convierte en un blues-rock intenso y emocionante, es el cierre de un álbum mayúsculo, variado, insurrecto, duro en el contenido, muy poco benévolo con nada ni con nadie, empezando por el propio autor. Apasionado y apasionante. Decir que Joaquín Sabina vuelve a ejercer magisterio en las letras puede ser redundante y mejor leer el texto que sigue de Luis García Montero. El hecho es que Vinagre y rosas ya está aquí para situarse entre los mejores discos de una obra capital en la música española. La que desde hace tres décadas nos viene ofreciendo Joaquín Sabina.
Publicado por VICTOR ALFARO
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