He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.
Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quien amo, que son todos los salvadoreños, incluso por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecer.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza pronto será una realidad.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.
De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el Pueblo, nunca perecerá.
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