Y vuelve uno a la calle silbando una romanza,
rumiando una venganza, trucando un estrambote,
y enferman los zaguanes hartos de Sancho Panzas,
huérfanos de Quijotes.
Y todo lo vivido parece un espejismo
y todo lo querido se rinde ante el ocaso
y todo lo perdido en el fondo del abismo
da cuenta de un fracaso.
Y uno que no soñaba pasar de los cuarenta
¡Qué estampa! Cuatro lustros de prórrogas piadosas,
siempre que escampa brotan después de la tormenta
luciérnagas furiosas.
Los adultos son gente podrida y disecada,
pensaba uno cuando era inmortal y bolchevique,
no hay modo de acoplarse con la vejez malvada
sin bótox en la psique.
Sin hija descarriada, sin muerto en el armario,
sin íntimo enemigo que quiere hacer las paces,
sin pus en el ombligo, sin barco de corsario
varado en un desguace.
Qué infierno tan banal, qué descabello en hueso,
qué final amarillo, qué cul de sac oscuro,
qué alamares con brillo municipal y espeso
de besos con bromuro.
Dan ganas de pedirle a Satán un armisticio
que dure trece meses, como el amor eterno,
y me anule dos frentes: la brigada antivicio
y el de asuntos internos.
Joaquín Sabina
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