Porque Tú lo has querido
estoy aquí, Señor. En Tu nombre.
No he venido yo; me has absorbido
en la espiral de amor,
que eres con todos.
Nadie puede arrimarse a Ti
sin que enterlo lo abraces,
lo hagas Tuyo.
Sin robarle nada,
dándole todo.
Del suelo a la cabeza
soy regalo tuyo,
espíritu que vuela
y cuerpo que lo apresa.
No puedes ya
salirte de este mundo.
Me inundaste (Rom5,5)
Y, empapado de Ti, te voy sembrando,
y al tiempo que me siembro,
como grano de trigo,
en mis hermanos.
No quiero quedar solo.
Tu rostro buscaré, Señor.
Hasta decirte ¡Padre!
Pero sólo te encuentro, cuando,
a todo lo que mana de Ti
le digo: ¡hermano!
Ignacio Iglesias, sj
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