Dos palabras que evocan romance, seguridad, pasión. Palabras que están en canciones, en películas, en logos. En español o en inglés: “I love you”. Dos palabras que, dichas sin verdad, son como una parodia, pero dichas desde muy dentro, ponen en juego todo lo que es uno. Que si las dices lo haces un poco como temblando. Y si te las dicen te elevan al cielo. Dos palabras que también tienen mucho que ver con la fe. Porque la fe tiene que ver con dejar que el amor real, concreto, encarnado, tome forma. Y tiene que ver con creer que Dios es amor, y que el mismo Dios, que nos conoce, a su manera, también nos dice a cada uno de nosotros: “No temas, que yo te he elegido, te he llamado por tu nombre. Eres mío, y yo te amo.”
El amor se encarna en nombres, en historias, en rostros, en compromisos concretos.
No se puede amar a todo a la vez. Más bien hay que amar, en lo cotidiano, de diversas maneras. Amar es desear el bien del otro. Es querer que en su camino se imponga, bulliciosa, la vida, la alegría, el sentido.
El amor es ofrecerle lo mejor de uno mismo –porque el que da lo que tiene, mucho o poco, es el más generoso del mundo- El amor es amigo, es amante, es hermano, es hijo, es padre y madre, es maestro, es sanador.
No se puede mitificar el amor como que fuera solo una explosión de júbilo y dicha. El amor es también espera, y distancia. Es libertad. Es pregunta. Es la pobreza de no poseer. Es la necesidad de aprender. Es acierto unas veces, y error otras. El amor es bienestar y es desasosiego.
A veces te pone alas, y otras te encadena. Uno va descubriendo lo que es el amor verdadero. Dios, en Jesús, es buen maestro. Ese aprendizaje es lo que, de verdad, nos puede hacer sabios.
De Pastoralsj.org
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