…Ella nunca más pisará, lo sabe, este lugar donde ha sido feliz. Esta es la única clase de peligros que realmente teme: estará prohibido mirar, prohibido retroceder hacia este tiempo que ahora se está terminando y hacia este casco de una hacienda en ruinas.
…Él sigue durmiendo. Es raro que duerma tanto. Nunca puede dormir más de un par de horas, y hasta eso le resulta difícil, por culpa del maldito zumbido que no se le apaga nunca en el centro de la cabeza. La camisa de él, abierta sobre los pechos de ella, parece un camisón de fantasma; le llega casi a las rodillas. (…) Ella piensa que le pedirá que le deje la camisa. No, un regalo no, no te pido que me la regales: quiero tenerla, pero que siga siendo tuya.
…Abre la boca pero ella se adelanta y, sin mirarlo, dice:
— Ya sé que te vas. Sé que te vas hoy, ahora.
Él se asombra. Lo había olvidado. Es increíble. La voz baja, casi ronca, de ella, suena a noticia, no a reproche. Pero, ¿realmente lo había olvidado?
… — Soñé con un pájaro gigante, que llevaba una ciudad adentro. El pájaro subía y subía y…
Ella mueve la cabeza, los ojos tristes, la boca contenta. Hay tantas cosas que quisiera decirle.
— Vas a enfermarte, ahí, en la ventana.
Decirle: desde que te conozco, todos me encuentran cambiada. Decirle: quiero tenerte como tengo mis piernas o mis manos. Decirle: ya sé que también para ti será difícil. Pero yo no sé lo que quiero ni para qué nací, para que estoy hecha, por qué…
Y simplemente comprueba, sin el menor dramatismo:
— Yo sabía que te ibas a ir.
Él frunce las cejas, no dice nada. La mira. Quisiera lamerla, como a un helado. Nunca había sentido, con nadie, lo que siente con ella. ¿Será posible ahora volver a ser nada más que la mitad de algo?
…Me vuelvo para pelear contra la corriente, podría decirte, aunque no vea todavía la costa. Y aunque nunca, nunca, vea la costa. Llevo años en esto, y todavía le debo a esto todos los años que me quedan. ¿O decirte cuál ha sido el nombre con el que nací, darte una señal de identidad anterior a tantos pasaportes falsos y a tantas fronteras atravesadas? ¿Para qué? Tú misma me contaste que entre los indios del Alto Orinoco está prohíbido mencionar a los muertos: ellos sí son sabios, dijiste. No vale la pena. Ni pedirte que me esperes, aunque me muera de las ganas, volveré a buscarte, no dejes de esperarme, nunca, pronto, cuándo: volveré y… llegarán otros hombres, ella los amará: está certidumbre le pasa por la cabeza como la sombra del ala del pájaro gigante con el que había soñado. Le pasa por la cabeza y le duele. Tramposo, se acusa. Se siente inútil. Todo se hace tan difícil. Irse, ¿es un deber o una estafa? Piensa que será duro partir y duro vivir sin ti: matarte en la memoria, para que no me duelas. ¿Podré? Y ella, como si lo hubiera escuchado pensar, piensa que lo odia porque él podrá…
Eduardo Galeano, Vagamundo y otros relatos
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