Un día menos para ver a Bruce....
03.06.12 - 02:28 - IÑAKI ZARATA | SAN SEBASTIÁN
Si en su debut donostiarra de julio del año 2008, el cantante Bruce Springsteen presentaba en Europa el amable disco 'Magic', este año hace lo propio con 'Wrecking Ball', obra que apenas contiene una canción tierna y rebosa mala leche y hasta panfletarismo radical. Como si la naturaleza se acoplara en Anoeta a los avatares artísticos del 'Boss', en aquella ocasión lució una mágica noche de gran luna, mientras que ayer el bochorno dio paso a un galernoso viento de tormenta que descargó una muy inoportuna lluvia. La primera canción fue, en un alarde de ironía, 'Who'll Stop the Rain' (¿Quién parará la lluvia?) de la Creedence Clearwater Revival.
Pero si algo posee de particular y hasta de espectacular un show del rockero americano es su tremenda energía y la pasión con que le corresponde su fiel audiencia. Y ninguna de esas dos bases de apoyo flaqueó anoche en el estadio donostiarra donde el 'Jefe' y su amplio grupo de apoyo volvieron a dar el do de pecho mientras que las más de 40.000 almas presentes respondieron al unísono en las tres generosas horas de entrega musical y respuesta de público. La springsteeniana 'Bola de demolición' se balanceó amenazante contra todas las injusticias, mentiras y engaños de un sistema al que Bruce reclama fieramente justicia y reparación .
En tiempos de poca floritura, el musculoso obrero del rock, su E Street Band, más el apoyo en esta gira de coristas y sección de viento dispararon con furia las indignadas diatribas de 'We Take Care of Our Own', la propia ' Wrecking Ball', 'Death to My Hometown', 'Jack of All Trades', 'We Are Alive' o 'Rocky Ground'.
Esta vez, el de New Jersey planteó un recital en el que destacan el orgullo y la seguridad de sus nuevas canciones, demostrando en directo y sin tapujos que no es un artista que viva de rentas, que a sus casi 63 años de edad y cuatro décadas de carretera, sigue siendo un creador con nuevos planteamientos que ofrecer a sus multitudinarias audiencias. Unas canciones que a pesar de su duro mensaje no dejan de ser amables en muchos ritmos y apoyos instrumentales.
Con vibrantes inmersiones en el folk-rock celtoide, al estilo de The Pogues y compañía. Con su respeto de siempre a las raíces gospel y soul de la música popular usamericana. Reciclando lo mejor del espíritu tradicional 'songwriter' de sus maestros Guthrie, Seeger o Dylan y de colegas tipo Steve Earle o John Mellencamp.
De azul denim y chaleco negro, con sus largas muñequeras oscuras en ambos antebrazos (¿para evitar las típicas tendinitis de los guitarristas?), con coquetos pendientes en ambos lóbulos y pisando firme sobre sus botazas negras, el jefe de fila se dejó una vez más las tripas sobre el escenario. Cantó con su sobrecogedor desgarro, punteó furioso su guitarra en muchos solos, transitó kilómetros sobre el escenario, confraternizó de cerca con su siempre entregada audiencia. Tuvo su esperado guiño al saludar en euskera y recibió y complació alguna de las peticiones de canciones desde las primerísimas filas.
Aunque la furia del Jefe siga entusiasmando, los años pesan y la biología se impone. Si en su anterior gira, Springsteen hubo de llorar a su fiel teclista Dany Federici, que murió en 2008, toca ahora homenajear al saxofonista Clarence Clemons, fallecido el año pasado. Su recuerdo se hizo presente al final de la fiesta, en ese 'Tenth Avenue Freeze-Out' que recuerda cuando «el Gran Hombre se unió al grupo». Anoche, le sustituyó dignamente su sobrino Jack Clemons.
Y potente resultó la engrasada E Street Band, con la seguridad rítmica de Max Weinberg-Garry Tallent, las airosas guitarras de Stevie Van Zandt-Nils Lofgren, las teclas de Roy Bittan y los adornos de violín (Soozie Tyrell), teclados (Charlie Giordano), percusiones (Everett Bradly), más vientos y coros. Patti Scialfa (señora Springsteen) no se añadió tampoco ayer a la gira, para una fiesta que alcanzó su cenit con viejas tonadas como 'Born to Run' o 'Dancing in The Dark'.
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