Por encima del hombro la mirada se pierde
entre risas forzadas, entre ceños fruncidos
tras absurdos alardes de grandeza imposible.
No se ve la verdad por encima del hombro.
Desde tronos distantes la caricia se apaga
sepultada en lisonjas, agasajos y coba.
Convertida en mentira, o en servil reverencia,
la caricia no llega a los tronos distantes
Con ropajes de fiesta, sin pisar el camino,
protegidos del barro, de la lluvia, del viento
defendidas las puertas del hermano imprevisto,
se vuelve celda de oro el vestido de gala.
Mejor es agacharse para ver cara a cara,
para hablar verso a verso,
para navegar la entraña,
Avanzar por la tierra tan quebrada y difícil,
donde amor y tormenta no son solo palabras.
Y al fin, heridos de fe y compasión,
abrir las manos… y bajar la guardia.
José María Rodríguez Olaizola
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