Llueven los análisis. Hay sed de información. Bergoglio ¿quién es? jesuita. Latinoamericano. Cardenal bonaerense. A estas alturas habrás leído algunas cosas en ese perfil apresurado que se va trazando a retazos. Sorprende su austeridad. Viaja en transporte público, se dice que es un cardenal que se hace la comida, que habla con todos, con especial sensibilidad social. Ha dado la vuelta al mundo la foto del lavatorio de pies del Jueves Santo de 2006 en un centro con muchachos discapacitados. Un precioso reflejo del ignaciano en todo amar y servir.
Habrás leído, quizás, que con Kirchner no se ha llevado especialmente bien. Y en las próximas horas y días se hablará de él, de sus palabras, de sus acciones, de su currículum vital, intelectual, pastoral. Habrás escuchado interpretaciones y valoraciones muy diversas de sus primeros gestos en el balcón de la plaza de San Pedro. La sencillez del atuendo, la expresividad de su inclinación pidiendo la oración del pueblo. Su naturalidad para describirse como un Papa traído del fin del mundo. Su cruz de madera. El nombre: Francisco, que evoca la austeridad y sencillez de Asís, o la actividad misionera de Javier.
Pero esto no quiere ser un análisis, sino ahora, y en primer lugar, una oración. Esa misma oración que el nuevo pontífice pedía, al inclinar su cabeza ante la muchedumbre. Una oración que tendrá palabras distintas en cada corazón, pero un grito común.
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