(The Mission, 1986)
Director: Roland Joffé. Interpretes: Robert De Niro, Jeremy Irons, Ray MacAnally, Aidan Quinn, Liam Neeson. Producción: Warner Bros. UK. 126 min. Palma de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cannes. Oscar a la mejor fotografía.
Asunción, año 1750. Españoles y portugueses se reparten la explotación indígena de Sudamérica por el Tratado de Límites, apoyado también por la Santa Sede. En un lugar paradisíaco sobrevive una misión de jesuitas dirigida por el padre Gabriel (Jeremy Irons), donde los nativos llevan una vida pacífica. Hasta allí llega Rodrigo Mendoza (Robert De Niro), un mercenario arrepentido, en busca de redención que, fascinado por la labor del padre Gabriel, se ordena sacerdote. La presión llevada a cabo por Portugal obliga a la Iglesia a ceder las tierras en las que se haya la misión. El padre Gabriel y Mendoza, aunque por caminos muy diferentes, harán lo imposible por defender la obra y evitar que los nativos sean esclavizados.
A este respecto, Roland Joffé declaraba que la película “no está hecha pensando en que sea una alabanza de una u otra actitud. Se trata de contar los hechos tal como son, como ocurrieron, de forma poética, pero comprometida. Se habla de algo que pasó pero que tiene una relación simbólica con la actualidad. El filme habla del contraste entre la vida real de los misioneros y la concepción burocrática de la misma que tiene el poder eclesiástico y político. No dice si lo que pasó es bueno o malo, moral o inmoral. Plantea estos hechos, y espero que desprenda un mensaje de fraternidad, y además, invite o mueva a hacer algo”.
La libertad, la tolerancia y el respeto impregnan cada fotograma de La Misión, una película que destila un mensaje transportable a cualquier país, cultura o época de la Historia.
La fotografía de Chris Menges, cálida y terrosa, ensalza la naturaleza y al hombre en ella y la grandiosidad de la música de Ennio Morricone logra describir a la vez lo grande y lo pequeño, la épica de unos personajes en un majestuoso mundo amenazado por las guerras, y las dudas y miedos de los protagonistas.
El director, se enamora de sus personajes, comprendiendo al bruto Mendoza y al reflexivo Padre Gabriel. Haciéndolos humanos, matizando sus caracteres e iluminando los claroscuros de la América española, sin caer en los fáciles estereotipos comunes al hablar de la conquista española. Estamos ante una película grande para hablar de temas grandes como la libertad, el racismo, la fe o la redención.
La película empieza con una carta a su Santidad del Obispo enviado por Roma para evaluar la situación: “Vuestra Santidad, el pequeño asunto que me trajo al más lejano confín de la tierra está ya resuelto. Los indios están libres de nuevo para ser esclavizados por los pobladores españoles y portugueses...” es una manera sencilla y rápida de introducir al espectador en la historia que van a contar. ¿Cómo puede hablar de libertad y esclavitud de esta forma? Las contradicciones están presentes desde este comienzo y los personajes se van posicionando según avanza la narración.
La Iglesia, España y Portugal exigen a los misioneros que abandonen las misiones, único refugio de los indígenas contra la esclavitud y dejen a los nativos a su suerte. Hay un momento decisivo, el conflicto está a punto de explotar, y el Obispo se entrevista con el Rey Guaraní, les exige que abandonen la misión, les dice que es la voluntad de Dios, el guaraní, desconcertado, pregunta cómo puede Dios cambiar tan rápidamente de opinión, ya que era su voluntad que abandonaran la selva y vivieran en la misión, y le dice al Obispo que no cree que sepa cual es la voluntad de Dios, que habla en nombre de los portugueses.
El Obispo ordena a todos los jesuitas que vuelvan a la ciudad con él, no puede permitirse que el nombre de ninguno se vea involucrado con la idea de que los guaranis se resistan, el que no quiera volver será excomulgado. La mayoría se queda, unos cómo Mendoza, se unen a la lucha armada de los nativos, y otros cómo Gabriel, se quedan pacíficamente con ellos, siendo brutalmente asesinados.
La película no pretende ser una narración fiel de los hechos, está basada en hechos reales, los guaranis fueron masacrados y los sacerdotes expulsados de las misiones, los personajes y hechos concretos son ficción poética.
Finalmente parece que el Obispo se arrepiente de sus actos, de haber permitido, incluso alentado la masacre: “¿Esta matanza era necesaria?”, “Hice lo que tenía que hacer (responde el Gobernador), no teníais elección eminencia, tenemos que trabajar en el mundo, y el mundo es así”; “No (dice el Obispo visiblemente conmovido), lo hemos hecho así, yo lo he hecho así”.
La última escena nos habla de esperanza. Vemos a unos niños, están en el río, y oímos la voz en off del Obispo que termina de redactar la carta que dio comienzo a la historia: “Así pues, vuestra Santidad, ahora vuestros sacerdotes están muertos y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo quien ha muerto y ellos los que viven, porque cómo ocurre siempre el espíritu de los muertos sobrevive en la memoria de los vivos”.
El espíritu de la película es precisamente ese, hacer recordar, que no se olvide, que no se repita. Sobre la pantalla, mientras oímos por última vez la embriagadora melodía y contemplamos la belleza del paisaje, se sobreimpresiona una cita bíblica, Juan, Capitulo 1, Versículo 5: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.
1 comentario:
El domingo por la tarde la vi. Me encanta la peli, los actores, la ambientación, la época en la que está realizada.... es una maravilla. La última cita de tu texto, es siemplemente especial. Cada vez que visiono esta historia, me conmueve muchísimo.
Gracias por esta entrada!
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