domingo, 27 de septiembre de 2009

Nunca es tarde

¿Cómo llamarme cristiano cuando a veces me descubro tan alejado de Dios, tan egoísta con la gente, tan frío en la fe? ¿Cómo hablar de amor cuando a veces mi corazón alberga desprecio o indiferencia? ¿Cómo amar a un Dios que a veces se me oculta?

Pareciera que para vivir el evangelio hay que ser gente virtuosa, paciente, buena, sólida, firme, coherente a ultranza… ¡Vamos, un mirlo blanco! Parece que hay que tenerlo todo claro, o al menos tener muy claro lo esencial. Pero en realidad esa es una de las paradojas del evangelio. Descubrir en nosotros una debilidad fecunda, una flaqueza invencible, una contradicción sedienta de algo firme. Y ahí, en esa tormenta, avanzar sin rendirse, sabiendo quién nos sostiene…

Pastoral SJ

Leyenda
Vivió sin alma,
con agua en las venas,
con una risa demasiado fácil,
con nada en las lágrimas.
Sólo amó a un espejo.
Nunca persiguió un sueño
que pudiera fallarle.
Cada vez que apostó
iba sobre seguro.
Amuralló su vida
con certidumbres insulsas,
con rutinas
que nunca le dejaron
asomarse al silencio,
al vacío, a la nada, al Todo.
Nadie le hizo tanto daño
como para enseñarle a perdonar.

Miró hacia atrás,
en un instante de lucidez
y aunque en sus entrañas
nacía un lamento
por la vida sin vivir,
se dijo: “Es tarde”

¡Pero nunca es tarde!

José María R. Olaizola, sj

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