viernes, 10 de junio de 2011

Pingüinos: entre los peces y las aves (I)

Una tormenta con vientos de más de 140 km/h levanta la nieve helada del suelo y convierte el paisaje en un mundo tan blanco como mortal.
La temperatura roza los 60º bajo cero; un frío que hace imposible la vida. Sin embargo, en mitad de la gélida meseta antártica, un grupo de siluetas blancas espera estoicamente a que amaine. Sólo puede tratarse de un animal, el pingüino emperador, que no sólo es capaz de soportar estas condiciones, sino que lo hace cada año en el crucial momento de traer al mundo su descendencia.
Empollar un huevo en el rincón más frío de la tierra parece a priori un disparate de tal magnitud que no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando los científicos resolvieron el enigma de dónde y cómo cría esta especie.
Un pliegue especial entre sus patas les permite transportar el huevo y calentarlo contra su cuerpo, supliendo así a un nido que lo expondría a las inclemencias del clima; y la formación de apretadas colonias, en las que no dejan un resquicio entre un cuerpo y el del vecino, también ayuda a conservar la temperatura.
Estas prodigiosas adaptaciones, que permiten al pingüino emperador criar allí donde no llega ninguno de sus enemigos, son sólo una anécdota dentro de la extraordinaria historia de un grupo de aves que ha conquistado un ecosistema vedado para las demás: los gélidos mares del cono sur.


Todas las descripciones de estas aves realizadas entre 1487, cuando la expedición de Bartolomé Díaz de Novaes rodeó por primera vez el Cabo de Buena Esperanza, y 1769 recalcan la rareza de estos animales.
Joseph Banks, un naturalista que navegó en el HMS Resolution del capitán James Cook, escribió en 1769: "He visto por vez primera los llamados pingüinos, animales que se encuentran entre las aves y los peces, pues sus plumas se diferencian poco de las escamas y utilizan sus alas sólo para bucear".
Si nos fijamos en lo que la evolución ha hecho con los pingüinos, no resultan extrañas estas apreciaciones. Porque para conseguir dominar el frío y, sobre todo, el mar han tenido que pagar un alto precio: perder su capacidad de volar.
Los pingüinos se separaron de sus ancestros voladores para comenzar la conquista del agua en el Eoceno tardío, hace 44 millones de años. Los primeros fósiles conocidos sitúan esta especialización en Australia, Nueva Zelanda y la Antártida. Hasta entonces, ningún ave había conseguido dominar el mundo submarino, y lo más que hacían algunas era alimentarse en la superficie del océano.
Pero por debajo de esa estrecha franja, el mar ofrecía un befé rebosante a aquellos que venciesen dos obstáculos: la vida en el agua y el terrible frío del extremo sur.
Y los pingüinos sortearon ambos.

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