sábado, 16 de junio de 2012

El huracán Springsteen arrasa de nuevo en Barcelona


JOSEP LAGO para ABC.ES
Bruce Springsteen en Barcelona

La procesión, dicen, va por dentro. O, mejor dicho, iba. Porque ya no hay vuelta atrás y, como una olla a presión cuya espita sale disparada en mil pedazos, Bruce Springsteen ha explotado. Y lo ha hecho a lo grande, aparcando las medias tintas de “Working On A Dream” y el entusiasmo festivo de “Magic” para apretar los dientes y embestir. Demoler, que cantaban Los Saicos. Habrá quien le eche en cara lo mucho que ha tardado y, como señalaba el escritor Carlos Zanón, que tropecientos miles de personas se hayan quedado sin trabajo para que se haya decidido a arrancarse con un disco como “Wrecking Ball” pero, como más vale tarde que nunca, ahí está el Springsteen airado y rabioso. El más comprometido e indignado.

El mismo que, como ya hiciera en Sevilla, arrancó la primera de sus actuaciones en Barcelona escupiendo a la cara de esas “Badlands” transformadas en lodazales de miseria y desesperación. Se retrasó más de cuarenta minutos y el sonido no empezó a cuajar (o por lo menos un poco) hasta que sonó “Wrecking Ball” pero, como siempre, la espera mereció la pena: ahí estaba Springsteen, acaso uno de los pocos músicos que quedan capaz de manejar todo un estadio con un simple movimiento de mano, acompañado por esa versión extendida de la E Street Band que sigue alimentando las calderas de la leyenda e inflamando piezas como “No Surrender”, primera concesión a la (buena) memoria que sonó en Barcelona después del volcánico arranque de “Badlands”.

“No retreat, no surrender”, cantaba Springsteen con la mandíbula apretada. Solo la gigantesca bola de demolición que paseaban AC/DC sobre el escenario en una de sus giras podría haberlo escenificado mejor, pero Springsteen no necesita atrezzo: le basta con sus canciones, una banda de fuelle inagotable en la que las ausencias –va por vosotros, Clarence y Danny- siguen estando bien presentes y esas venas que, como cables de alta tensión endurecidos durante sesenta y dos años, se tensan cada vez que se acerca al micrófono.

Tomaron el testigo la impetuosa y filomilitar “Death Of My Hometown”, de lo mejorcito de su nuevo trabajo, y “My City Of Ruins”, ese salmo que sonó anoche algo espeso –“esta es una canción de holas y adioses”, anunció Springsteen- y con la que el Boss se merienda la última década de su discografía para enlazar “Wrecking Ball” con “The Rising”, el álbum que sacó de los escombros de 11-S.

Rarezas poco o nada vistas
Y así, entre la rabia y el dolor, entre la esperanza y un ambiente algo menos festivo que el de sus anteriors visitas, Springsteen se movió propulsado por la huracanada sección de viento por los picos de “Out In The Street”, por las trincheras de “Jack Of All Trades” (dedicatoria a los indignados del 15-M “y a todos los que luchan en Cataluña” incluída-; y, sobre todo, por los rugosos subterráneos de “Talk To Me”, “Youngstown”, “Muder Incorporated”, “Johny 99”, rarezas poco o nada vistas durante esta gira que arrastró anoche hasta el prime time y con las que consiguió sonar aún más airado y crispado. Una sacudida de rayos, truenos y descargas eléctricas que, sumada al rescate de la enérgica “You Can Look (But You Better Not Touch)”, dejó prácticamente irreconocible el guión de sus últimas actuaciones.

“She’s The One”, clásico de “Born To Run”, puso un poco de orden en el repertorio, pero no en el escenario: a esas alturas, Springsteen y su troupe ya se habían desatado por completo, y “Shackle And Drawn” acabó sonando a Marsellesa contemporánea, con esos coros y esos vientos como para encabezar una revolución. Y a partir de ahí, todo vino rodado: la contagiosa euforia de “Waintin’ On A Sunny Day”, con Springsteen rebotando de un lado al otro del escenario como una bola de pinball y subiendo a una niña al escenario a cantar, la épica esperanzadora de “The Promised Land”, la emoción desgarrada de “The River”, las imbatible “Prove It All Night” y “Hungry Heart”, el canto de redención de “The Rising, el ímpetu de “We Were Alive” y, para cerrar el círculo y llevar al Estadi Olímpic al éxtasis colectivo, “Thunder Road”. Casi nada.

«Que noche más bonita en Cataluña»
Y por si no se había vaciado lo suficiente, en los bises acabó por echar el resto y el público, claro, encantado y a un paso del delirio. “Que noche más bonita en Cataluña”, dijo Springsteen, otra vez en catalán, antes de volver sobre sus pasos para recogerse en “Rocky Ground” y, acto seguido, poner la directa con “Born In The U.S.A” en versión inflamada y “Born To Run”, el ojo de ese huracán de Nueva Jersey que, una vez más, volvió a arrasar la ciudad a su paso. Aún hubo tiempo para que sonaran “Bobby Jean”, “Dancing In The Dark” y esa “Tenth Avenue Freeze-Out” con la que la banda hinca la rodilla ante el fallecido Clarence Clemons, pero a esas alturas los sismógrafos de Montjuïc ya habían saltado por los aires.

Porque, una vez más, se vacío. Del todo. Más de tres horas, 28 canciones y una energía y una entrega fuera de lo común. Y así hasta que se le perdona que las primeras veces que dijo Barcelona el público oyese Badalona. Fallo nuestro, seguro.

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