No sé qué hacer, Señor,
con estas ansias de vida,
que me van devorando
cada día!
Si pretendo frenarlas,
ya no vivo.
Si las dejo correr,
¿dónde me llevan?
Tú eres la vida.
Yo sólo un hilo de tu fuente.
Manar, correr, verterme…
Sin mirar dónde,
cómo y a quiénes,
derramarme.
Y a los pies de mi hermano,
de cualquiera,
estrellar mi alabastro
y dejar que la casa
se empape toda del perfume,
barato, que te traigo.
¿Eso es vivir?
Pues eso ansío
El morir a mi muerte,
el no acabarme
con algo tuyo, por dar, entre mis dedos.
Y, cuando haya partido,
continuaré, manando de tu fuente,
lo aprendido:
Muero, siempre que vivo;
Vivo, siempre que muero.
Ignacio Iglesias, S.J
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