"Uno, dos, tres" es una película estadounidense dirigida por Billy Wilder y estrenada en 1961. Basada en la obra teatral del mismo nombre escrita por Ferenc Molnár, es una de las grandes películas cómicas de Billy Wilder, ambientada en el Berlín de la Guerra Fría.
En plena Guerra Fría, el señor MacNamara (James Cagney), norteamericano, jefe de ventas de Coca-Cola en Berlín, vislumbra su gran salto profesional en la posibilidad de extender las actividades de la compañía al otro lado del Telón de Acero. Desde su oficina, en el Berlín Occidental de la posguerra, sueña con que llegue ese día mientras se entretiene con su secretaria y procura pasar por alto las excentricidades de su no muy desnazificada plantilla. Un día, recibe el encargo del presidente de la empresa de cuidar a su hija, de visita temporal en Berlín. Cuando ésta se enamora de un joven alemán comunista del lado oriental, que es además muy esquemático y prejuicioso, todos los planes del ambicioso jefe de ventas se ponen en peligro. El señor MacNamara hará todo lo posible por deshacer la relación antes de que el padre se ponga al corriente.
La comedia en estado puro. De vuelta al Berlín de su juventud, ciudad símbolo de la Guerra Fría donde ya había rodado otra de sus grandes películas, Billy Wilder se mofa del miedo a una posible conflagración nuclear y propone una ácida y trepidante crítica a los dos grandes sistemas: el comunista, al que retrata a través de un tozudo, impetuoso y no muy lúcido jovenzuelo con la cabeza llena de consignas, y el capitalista, que tiene su máximo exponente en ese cínico, hábil y manipulador jefe de ventas capaz de explotar al máximo las debilidades de cuantos le rodean. El conflicto entre las grandes potencias se reduce así al capricho amoroso de una joven millonaria y malcriada y a los mecanismos de corrupción, tanto personal como institucional, de un mundo en el que se empieza a imponer el pragmatismo a ultranza. De la mano de Wilder, cada detalle visual, por mínimo que pueda parecer, cada línea del guion funcionan como un golpe directo a todo aquello que critica sin permitir que el espectador pierda en ningún momento la sonrisa.
Billy Wilder dirige a Horst Buchholz, Pamela Tiffin, Arlene Francis y sobretodo a James Cagney en una endiablada partitura que utiliza como base la Danza del sable de Aram Kachaturyan. El guión es de locos, el ritmo es de locos, los personajes están locos y, efectivamente, el espectador se vuelve loco con tanta carcajada.
Uno de los puntales de la filmografía de Wilder, en el que se mezclan pasado y presente de una Europa herida, por un lado, y los fantasmas personales del genio de la comedia, por el otro. Con un Cagney pletórico, lanzado y exigente en todos y cada uno de sus planos, encarnando la quintaesencia del entrañable capitalista norteamericano.
"Magistral, divertida, con algunos de los mejores momentos de la comedia americana de todos los tiempos. Un clásico" Fernando Morales: Diario El País
Puede que ni el propio director lo supiera en su momento, pero en sus manos tenía una bomba de vitriolo puro, una coreografía descacharrante con un mensaje de fondo de los que carga el diablo. Hasta el apuntador sale más o menos escaldado, en fondo o forma. Por todo ello, no es de extrañar que Wilder tuviera más de un problema durante el rodaje e inmediatamente después. Hay muchas y muy variadas historias alrededor de esta película que sigue tan joven como el primer día pese a hablar de una época ya lejana. Lo que es innegable es que es una de las mejores muescas de una filmografía repleta de ellas.
1-Frenesí: En el guión de Wilder y de I.A. L. Diamond se puede leer: “Esta partitura debe interpretarse moltofurioso. Velocidad aconsejada: 110 millas la hora en las curvas y 140 en las rectas”. En otros trabajos del director el guión respira, permite pausas para que el espectador ría los chistes sin perder información. Aquí no. La velocidad es endiablada, siempre al límite de la hiperventilación. No hay ninguna broma especialmente significativa, sino un bombardeo constante de elementos que crean un estado de hilaridad que marca la película y nos acompaña de principio a fin.
2-La sombra de Lubitsch: Antes, mucho antes, de rodar "Uno, dos, tres" Wilder ya había trabajado este motivo desde el guión de Ninotchka (1939). Por todos es bien conocida la influencia que Ernst Lubitsch ejerce en su colaborador, pero más allá de su famoso “toque”, las dos películas que citamos tienen paralelismos evidentes: ambas tratan el choque entre dos modelos económicos y sociales, con un inflexible personaje surgido del frío (allí Greta Garbo, aquí Horst Buchholz) y un tramposo encantador empeñado en seducirlo para que cambie de bando (James Cagney por Melvyn Douglas). Incluso los tres funcionarios soviéticos tienen su correspondencia en los tres simpáticos aliados de la Garbo en el film de Lubitsch.
3-De un tirón: JamesCagney entiende a la perfección el ritmo que necesita la película. Wilder le pide recitales maratonianos, textos eternos ejecutados en un plano, y Cagney responde a la perfección. No es de extrañar que el director lo considere el hombre perfecto para el papel, alguien nacido para ser C.R. Macnamara. Tal cual se lo dice a Cameron Crowe enConversaciones con Billy Wilder: “Muchas frases necesitaban un pie, y nosotros pasábamos por encima del pie. Brrrumm, sin parar. Tal cual, a veces nueve páginas de un tirón, y él no se trababa jamás, ni una sola equivocación".
4-La caricatura: Macnamara, capitalista redomado, sólo piensa en subir peldaños. Otto, comunista dogmático, limita su discurso a una colección de airadas consignas. Schlemmer, de pasado nazi, golpea marcialmente sus botas. El presidente de la Coca-Cola, provinciano de Atlanta, luce sombrero vaquero y groseros modales de nuevo rico. Los funcionarios soviéticos, mezquinos y peripatéticos, venden su sistema de valores por unas faldas... Y podríamos seguir. La tendencia de Wilder a construir personajes desde la caricatura, exagerando de una sola pincelada un rasgo de su carácter, tiene su máximo exponente en Uno, dos, tres.
5-Un gran consejo: Pamela Tiffin se siente muy intimidada al lado de actores de tanto talento. Al ver su nerviosismo, James Cagney le da un consejo que merece ser enmarcado: “Entra en la habitación. Ponte erguida. Mira al otro tipo a los ojos y di la verdad”. Tan simple. Tan sabio.
6-¿Esto ha estado siempre aquí?: Billy Wilder se va a dormir la noche del doce de agosto de 1961 y se levanta la mañana del trece… con una pared de más. Al abrigo de la oscuridad, mientras Berlín duerme, el ejército de la RDA levanta un muro que separará la ciudad durante casi treinta años. El telón de acero del que hablaba Winston Churchill se vuelve de hormigón. No hace falta decir que es un drama para el conjunto de la población alemana, pero también para el equipo de rodaje.El muro se erige justo en uno de los sets de rodaje de la película. También es mala suerte, demonios. La puerta de Brandenburgo, otro de los escenarios principales del film, también es cerrada a cal y canto. Wilder y su equipo se trasladan a los estudios de la Bavaria Film en Múnich y recrean el set para poder acabar las escenas. Así las cosas, los ánimos no están para comedias sobre la Guerra Fría y menos si se sitúan en Berlín. La película es un fracaso en los Estados Unidos y en Alemania. En otras partes va muchísimo mejor y de hecho, tras la caída del muro, los alemanes llenan las salas para volver a verla, ahora sí con el ánimo dispuesto a reírse de las propias miserias.
7-El robaplanos: James Cagney empezó su carrera en 1930 y la finalizó en 1981. Eso hace un total de 51 años trabajando (con un parón de dos décadas, es cierto) al lado de complicadas personalidades como Humphrey Bogart, Michael Curtiz, John Ford o Henry Fonda. Pues bien, el peor tipo con el que se cruza en su carrera es Horst Buchholz. El joven actor alemán se pasa todo el rodaje intentando destacar por encima de Cagney, que no sólo es el verdadero protagonista de la película, sino que además (qué demonios) es James Cagney. Acaba hasta el gorro, más aún si tenemos en cuenta que, en su opinión, Billy Wilder no pone en cintura con suficiente vehemencia al impertinente jovencito.
8-La cólera de Joan Crawford: Un día Wilder recibe una llamada temible. Al otro lado del hilo, nada más y nada menos que una furiosa Joan Crawford, que tiene un puesto en el consejo de PepsiCo. La extraordinaria actriz protesta por la campaña de publicidad que la película brinda a Coca-Cola en bandeja de plata. Wilder respira hondo y, como el gran guionista que es, saca partido de la situación con un último gag: Macnamara compra varias botellas de Coca-Cola de una maquina expendedora y para su asombro la última que sale es… una Pepsi. Asunto zanjado.
9-La foto de Khruschev: Una de las escenas más famosas de la película es el bamboleo de la secretaria de Macnamara subida sobre la mesa al ritmo de la Danza del sable, mientras los tres funcionarios soviéticos dan palmas encantados de la vida. De repente, uno de ellos se saca un zapato y empieza a aporrear la mesa. En un extremo de la sala un retrato de NikitaKhruschev baila al son de la música, cae al suelo y revela una foto de Stalin escondida detrás. La escena puede leerse como un guiño (homenaje sería decir mucho) a uno de los episodios más famosos de la vida del por entonces mandatario soviético. Un año antes, en una sesión de la ONU, Khruschev se sacó el zapato en señal de protesta y lo golpeó en repetidas ocasiones contra la mesa. Un despiporre digno de una comedia de Wilder, en el seno de las Naciones Unidas.
10-Tributos: La película está llena de referencias al cine y a la época de juventud de James Cagney. Por citar algunas: en el reloj de cuco suena el “YankeeDoodle”, cuyo compositor fue interpretado por Cagney (con Oscar incluido) en Yanqui Dandy (1942); Macnamara está a punto de golpear a Otto con medio pomelo, como en El enemigo público (1931); incluso Red Buttons imita al actor en una breve aparición.
11-El accidente: En los últimos días de rodaje Horst Buchholz tiene un accidente de coche en Múnich, borracho como una cuba, y debe ser hospitalizado de urgencia. Casi no lo cuenta. Wilder decide trasladar el equipo a un plató de Hollywood. Sólo son dos días de rodaje en un hangar, exactamente los que corresponden al final de la película, pero tras el susto con Buchholz las aseguradoras no quieren correr más riesgos y deciden que eso de Europa es muy peligroso. Como en casa, en ningún sitio.
12-La crisis de Cuba: Los funcionarios rusos ofrecen un habano a Macnamara y dicen que tienen un acuerdo con Castro. Él les manda cigarros y ellos misiles. Un año más tarde los Estados Unidos descubren que la URSS ha instalado bases de misiles en Cuba, dando lugar a la peor crisis de la Guerra Fría. Wilder, el vidente.
13-El retiro de la estrella: Wilder se lo pasa en grande trabajando con James Cagney. Sin embargo, y pese a rendirse a su inmenso talento, lo cierto es que no se llevan bien. En palabras del director, Cagney es un republicano tradicional que vive en su granja y huye del mundanal ruido. Durante el rodaje Wilder lo invita a cenar, pero éste prefiere quedarse con su mujer. Tienen ideas muy distintas. Tras rodar Uno, dos, tres una de las mayores estrellas del Hollywood dorado decide retirarse, argumentando que la complejidad del guión y las exigencias de Wilder lo han agotado. Puede que su experiencia con Buchholz también tuviera algo que ver. En cualquier caso, no volverá a pisar un plató de cine hasta veinte años más tarde, en el rodaje de Ragtime (1981).
14-Wilder y los comunistas: Wilder nace en Austria y no se instala en los Estados Unidos hasta los 28 años de edad, pero su filmografía revela hasta qué punto comulga con los ideales (y los traumas) del estilo de vida americano. Por ello a nadie le debería extrañar que Uno, dos, tres muestre una mayor simpatía por el bloque capitalista que por el comunista. Sin embargo, Wilder no es, ni muchísimo menos, un reaccionario: durante la Caza de Brujas del senador McCarthy, en una reunión de directores de Hollywood, un importante directivo reta a la sala a levantar la mano si están en contra de las políticas anticomunistas, seguro de que nadie se atreverá a decir ni mu. Para su sorpresa se levantan dos manos solitarias: John Huston… y Billy Wilder.
15-Wilder y los nazis: Pocos directores en todo el cine norteamericano están tan legitimados para bromear sobre los nazis. Wilder perdió a su madre, a su abuela y a su padrastro en los campos de concentración y durante toda su vida fue muy reacio a hablar sobre el tema. Por eso se puede permitir a personajes como Schlemmer y el periodista, ambos de pasado nazi. "Uno, dos, tres" contiene varias referencias a la historia reciente de Alemania, sembradas con ingenio lacerante en una época en la que las heridas aún no están cerradas. Años más tarde intenta dirigir "La lista de Schindler" (1992) y aunque Spielberg se lleva el gato al agua se rumorea que el ya anciano director echa una mano con el guión. Wilder va a ver la película una, dos, tres, cuatro veces… Cuando Fernando Trueba le pregunta por qué repite una y otra vez, su respuesta es desarmante: “A lo largo de toda mi vida he intentado averiguar cómo murió exactamente mi madre. Y no lo he logrado. En La lista de Schindleraparecen muchos extras judíos y siempre la busco entre ellos. Cuando me siento en la sala, se apagan las luces y empieza la película… busco a mi madre”.