J. FAURÓ BENIDORM
La fiera de New Jersey saltó puntual al escenario del estadio de Foietes (Benidorm) para ser adorado por unas 30.000 personas que apenas unos minutos pasadas las diez de la noche ya sudaban tanto como Springsteen. Nada más empezar llegó la sorpresa. No formaba parte de su Working on a Dream Tour, tampoco del repertorio de la engrasadísima E Street Band, pero el caso es que los primeros compases de The Boss fueron para tocar y marcarse unos pasos de baile con Los pajaritos. «Bona nit Benidorm, bona nit Alicante». El éxtasis estaba servido.
Y un aviso al público: «Esta noche vamos a romper todo. Nosotros ponemos la música, vosotros el ruido». La épica apertura elegida por The Boss anticipó el contenido del repertorio elegido para las tres horas de actuación con que Springsteen despachó el tercer concierto de su gira española (primero estuvo en Bilbao y hace un par de días en Sevilla).
Lo bueno de este hombre, guste o no a los melómanos, es que ya no tiene que demostrar nada. Sobre las tablas, seguro entre el grupo de gregarios que le arropa de modo más o menos estable desde 1972, defiende un «set list» de canciones tan potentes (y tan solventes) que a falta de alharacas y de pirotecnia multimedia (U2, los Stones, Madonna), Springsteen ofrece lo mejor que tiene: su música y su entrega. «Hungry heart», «Badlands», «Promise land», … Es tan abultada la nómina de buenas canciones del rocker norteamericano, tan sólido su repertorio, que le basta media hora para quitarse del medio tres o cuatro piezas de su último trabajo para descerrajar acto seguido su extenso filón de clásicos. Incluso se atrevió con una versión de «I found the low», de The Clash. De «Working on a dream», su vigésimocuarto disco oficial, el bardo de New Jersey ofreció un puñado de temas de limpia factura, a caballo entre el folk, la balada rock y algún tinte pop, como de la que da título al disco, la pretenciosa «Outlaw Pete» o «Kingdom of lays».
«¡El puto amo!», se desgañitó entre el público un fan entregado. Aquellos que le escucharon asintieron en armónica unanimidad. Entre la euforia y la complacencia de los 30.000 de Foietes, el tempo de la actuación fue subiendo en intensidad tanto como la temperatura ambiente que amenazaba con sembrar el estadio de lipotimias. Sudaba Bruce, sudaba la gente, sudaba la E Street Band. Springsteen no decepciona porque cuando dispara el primer guitarrazo sabes que lleva puesto el traje de faena.
Esa vena del cuello a punto de reventar, esa voz desgarrada, la Fender en nerviosa y constante agitación. Dicen que los útimos discos del dueño y señor del rock, que a punto de cumplir los 60 se mantiene en plena forma, rozan el puro trámite y que no son ni la sombra de la extensa catarata de clásicos que atesora, pero a este hombre no se le puede negar que se deja en el escenario todo lo que tiene. Cuestión de honestidad.
Él y su banda, una colla de amigos capaces de convertir en épicas las siete notas del pentagrama, descomprimieron de forma primorosa retazos extraídos de «Born in the USA», «Darkness on the edge of town», «Nebraska» o «The ghost of Tom Joad». Anoche consiguieron que nadie pudiera estarse quieto. Sin apenas concesiones a lo blandengue, fue un espectáculo de guitarras afiladas y un excelso compendio de homenajes a los orígenes del rock.